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La llamada de Dios no es un acontecimiento puntual en la vida, sino un proceso con algunos momentos de mayor intensidad. A veces identificamos esta experiencia con la llamada inicial, porque suele ir acompañada de un tiempo intenso de discernimiento y de una decisión importante, pero en realidad la llamada de Dios se va dando con matices diversos a lo largo de toda la vida.
Los relatos bíblicos de vocación han contribuido a reforzar esta idea, pero en realidad estos relatos son la formulación condensada de una experiencia que se ha ido dando a lo largo de toda la vida. Lo vemos claramente en el caso de Jeremías, cuya vocación al comienzo del libro (Jr 1,4-11) no es sino una versión condensada de la experiencia más matizada, que el mismo libro nos ha conservado en una serie de poemas, conocidos como las “Confesiones de Jeremías” (Jr 11,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18,18-23; 20,7-18). Esto significa que la experiencia vocacional no queda cerrada con la respuesta inicial, y que la pregunta inicial “¿Me está llamando Dios?” se sigue planteando bajo la forma de este otro interrogante: “¿Me sigue llamando Dios?”.
Cuando se plantean estas preguntas necesitamos dar nombre a lo que estamos viviendo, y esto sólo puede hacerse contrastando nuestra propia vivencia con otras experiencias de vocación. Esto es, precisamente, lo que encontramos en los relatos bíblicos: una experiencia de vocación condensada en sus rasgos fundamentales. Y por esa razón resultan de gran utilidad a quienes desean hacer un discernimiento de su experiencia vocacional.
En este folleto se enumeran algunos rasgos básicos de dicha experiencia vocacional, con la intención de ayudar a quienes se están planteando estas preguntas. El procedimiento que propongo es muy sencillo: a) detenernos en cada uno de los rasgos hasta llegar a entenderlo bien; b) ver en qué medida se da en nuestra propia experiencia; c) comentar el resultado de esta confrontación con la persona que nos está acompañando en el proceso de discernimiento vocacional, o con alguien que por su experiencia puede ayudarnos a entender qué sentido tiene lo que estamos viviendo.
SIETE RASGOS DE LA EXPERIENCIA VOCACIONAL
Para describir los rasgos de la experiencia vocacional en la Biblia, voy a tomar como referencia uno de los primeros relatos vocacionales que encontramos en ella: el de la llamada de Moisés (Éx 3,1-12: 4,10-12). Sería conveniente leerlo despacio antes de seguir adelante. Mencionaré también otras experiencias vocacionales para ir poniendo rostro concreto a las afirmaciones que iré haciendo. Al final ofreceré una lista de los principales relatos vocacionales y unas pautas para poder profundizar en nuestra propia experiencia con su ayuda.
1 La vocación individual no es un hecho aislado, sino que tiene que ver con el proyecto de Dios sobre su pueblo
La llamada de Dios a Moisés tiene que ver con el proyecto que Él tiene sobre su pueblo. No es un fin en sí misma, sino que está al servicio de la vocación de los israelitas. Esta vocación consiste en reconocer su dignidad de pueblo de Dios en libertad.
Es muy significativo que en las primeras experiencias vocacionales narradas en el AT y en el NT la llamada personal esté siempre vinculada a un proyecto de Dios, que tiene que ver con el pueblo:
En la vocación de Abrahán leemos: “El Señor le dijo a Abrán: Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te indicaré. Yo haré de ti un gran pueblo...” (Gén 12,1-2). La llamada de Dios tiene que ver con un proyecto sobre el pueblo, en este caso crearlo.
Del mismo modo Jesús llama a sus primeros discípulos (Mc 1,16-20) inmediatamente después de haber anunciado la inminente llegada del reinado de Dios (Mc 1,15). Los llama para ponerse al servicio de este proyecto.
Esto significa que la vocación no es un asunto puramente personal, sino que está al servicio de otra llamada: la que Dios hace a todo el pueblo. Esta relación entre la vocación individual y la vocación colectiva es muy importante en el discernimiento vocacional. Una vocación aislada y puramente individual, sin ninguna relación con el proyecto de Dios sobre su pueblo, es muy difícil que sea una llamada de Dios.
2 La llamada de Dios generalmente va precedida de un encuentro personal con Él. No hay vocación sin experiencia de Dios.
El relato de la vocación de Moisés comienza con una “teofanía”, es decir, con una manifestación de Dios. En ella aparece la sensibilidad de Moisés hacia lo misterioso. En su búsqueda, Dios le sale al encuentro y se le manifiesta. Esta primera escena ocupa una buena parte del relato, y eso quiere decir que es muy importante. El encuentro con Dios suele ser el primer momento de toda vocación:
* La de Isaías tiene lugar después de una impresionante visión de Dios, en la que se manifiesta su misterio atrayente y tremendo. Ante ella Isaías exclama: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en un pueblo de labios impuros, he visto con mis propios ojos al Rey y Señor Todopoderoso” (Is 6,5).
* El encuentro de los primeros discípulos con Jesús, tal como lo cuenta el evangelio de San Juan, fue menos dramático, pero no menos decisivo en su proceso vocacional: “Jesús se volvió y viendo que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis? Ellos le contestaron: Maestro, ¿Dónde vives? El les respondió: “Venid y lo veréis”. Ellos se fueron con Él, vieron dónde vivía y se quedaron con él todo el día” (Jn 1,38-39).
Aunque a veces puede dar la impresión de que la llamada de Dios acontece de pronto, en realidad no es así. Hay previamente una experiencia del encuentro con Él, y un descubrimiento de su santidad, de su bondad, de su misericordia, de su amor. Dicho con otras palabras: la vocación se va dando en el proceso de nuestro encuentro con Dios. Encontrarse con Él implica ir descubriendo su proyecto y el lugar que ha pensado para nosotros dentro de ese proyecto.
3 La llamada de Dios es personal. Dios nos llama por nuestro nombre, con nuestra historia, con nuestras cualidades y nuestros defectos.
Aunque el marco de la llamada de Dios es su proyecto sobre el pueblo, cuando ésta se produce, queda bien claro que se trata de una llamada personal. Los relatos de vocación lo subrayan de forma diversas:
* Con la mención del nombre: “¡Moisés, Moisés!” “¡Samuel, Samuel!” También en la llamada de los Doce, los evangelistas mencionan el nombre de cada uno de ellos (Mc 3,13-19).
* Otras veces los que son llamados tienen conciencia de que Dios los ha elegido desde el vientre de su madre. Este es el caso de la vocación de Jeremías: “Antes de formarte en el vientre te conocí, antes que salieras del seno te consagré, te constituí profeta de las naciones” (Jer 1,5); y también el de la vocación de San Pablo: “Dios me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por pura benevolencia” (Gál 1,15).
Es importante subrayar que la iniciativa de la llamada siempre parte de Dios. Es Él quien llama, y lo hace cuando quiere. Por eso su llamada suele provocar una cierta reacción de asombro y desconcierto. Según esto, no podemos decir que “tenemos vocación”. Nosotros no somos el sujeto, sino el objeto de la vocación.
La llamada de Dios acontece de formas diversas y a partir de diversas experiencias: la admiración que provoca la zarza que arde sin consumirse (Moisés); la manifestación de Dios en un momento concreto (Isaías); en medio de un sueño (Samuel). Casi siempre en medio de la vida cotidiana: el servicio del templo (Isaías); pastoreando el rebaño (Amós), o arando los campos (Eliseo); mientras preparan las redes (primeros discípulos de Jesús)... Dios busca momentos especiales, pero no raros; nos llama en la vida de cada día. A veces se sirve de intermediarios: Helí en el caso de Samuel; Elías en el caso de Eliseo...
Así pues, Dios llama a personas concretas, en situaciones concretas, y a partir de experiencias concretas. No se trata de una experiencia reservada para unos pocos perfectos. Él llama a los que quiere y como quiere, y no siempre a los mejores. Dios nos llama con nuestras cualidades y defectos, con nuestra historia, con nuestros logros y fracasos.
4 La llamada de Dios toca lo más profundo del ser. Cambia a la persona por dentro y por fuera, y trastoca sus planes.
Moisés había huido de Egipto, y nunca se le habría pasado por la cabeza volver allí. El encuentro con Dios y su llamada cambian sus planes. Pero este cambio de planes no es mas que la manifestación externa de otro cambio que afecta a su ser más profundo. Este es otro rasgo que aparece en los relatos de vocación.
* En algunos relatos este cambio se concreta en un cambio de nombre. Abrán se llamará Abrahán, es decir, padre del pueblo; Simón se llamará Cefas, es decir, roca. En la antigüedad el nombre definía a la persona, y por tanto el cambio de nombre implicaba una transformación profunda.
* En otros casos, esta transformación se describe como el resultado de una acción del Espíritu. Cuando el Señor llamó a María le anunció: “el Espíritu del Señor vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con sus sombra” (Lc 1,35). Se trata de una transformación profunda.
* Esta transformación aparece como un largo proceso en el caso de los discípulos más cercanos de Jesús. Su primera tarea consistirá en “estar con Él” (Mc 3,14). Antes de enviarlos a anunciar la buena noticia de la llegada del Reinado de Dios, los apóstoles tienen que estar con Jesús hasta que lleguen a compartir su proyecto, su estilo de vida y su destino. Los evangelios dedican bastante espacio a este proceso que va transformando a los discípulos (véase espec. Mc 8,27-10,52).
Esta transformación que produce en nosotros la llamada de Dios no es algo que acontece de la noche a la mañana. Es un proceso que va haciendo nacer en nosotros un hombre o una mujer nuevos. Quien es llamado por Dios ya no se pertenece a sí mismo; poco a poco ve cómo cambian su estilo de vida y su valoración de las cosas.
Esto significa que la llamada de Dios nos hace diferentes, y a veces nos convierte en extraños para quienes antes estaban más cerca de nosotros. La experiencia de Jeremías es, probablemente, la que mejor refleja este “extrañamiento” que acompaña muchas veces a la experiencia vocacional: “No me senté a disfrutar con los que se divertían; agarrado por tu mano me senté sólo” (Jr 15,17)... “La palabra de Dios se ha convertido para mí en constante motivo de burla e irrisión” (Jer 20,8).
5 Sin embargo, la meta de la llamada de Dios no somos nosotros, ni siquiera la transformación que produce en nosotros, sino la misión para la que Dios nos llama.
Este es el aspecto que más claramente aparece en el relato de la vocación de Moisés. Pero es igualmente central en los demás relatos de vocación. Dios llama siempre para una misión, y esto es lo que determina el cambio que se da en la persona. El cambio de nombre, por ejemplo, siempre tiene que ver con la misión que Dios va a encomendar a los que llama. La vocación es siempre “una llamada para”. Y por eso la pregunta que nos ayudará a discernir nuestra vocación no es “¿Por qué?”, sino “¿Para qué?
La experiencia vocacional reflejada en la Biblia nos muestra, además, una cosa muy importante: que la raíz más honda de la misión, y por tanto también de la vocación, es una conmoción en el corazón de Dios:
* Dios llama a Moisés porque ha visto la opresión de su pueblo, y lo mismo ocurre en la vocación de Gedeón. En otros casos es porque el pueblo se ha apartado de él (profetas).
* El evangelio de Mateo muestra cómo el envío de los discípulos nace de esta conmoción interior que experimenta Jesús al ver la situación de la gente: “al ver a la gente se le conmovieron las entrañas por ellos porque estaban como ovejas sin pastor” (Mt 9,36).
Esta es la explicación última de la llamada, y por eso quienes son llamados por Dios tienen que sentir esta misma conmoción. La vocación no es principalmente para mí, para que yo me realice, para que sea más feliz (también es para todo esto), sino para los demás, y por ello supone una entrega incondicional a la causa de Dios, que llama:
- Para crear un pueblo (Abrahán)
- Para liberarlo (Moisés, Gedeón)
- Para hacer que vuelva a su proyecto (Samuel, profetas)
- Para anunciar y hacer presente el reinado de Dios (discípulos de Jesús)
Sin misión no hay vocación. Por eso, la sensibilidad para descubrir el proyecto de Dios y las necesidades de los hombres y mujeres que nos rodean son los elementos más determinantes a la hora de discernir una vocación.
6 La llamada de Dios despierta el deseo de responder a ella. Pero al mismo tiempo provoca tenaces resistencias en quienes la reciben.
Parece una contradicción, pero esto es exactamente lo que sucede. Por un lado los que son llamados sienten grandes deseos de ponerse al servicio del plan de Dios. Pero por otro descubren dentro de sí enormes resistencias que se traducen en objeciones:
* La vocación de Moisés contiene un buen número de ellas: “¿quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los israelitas?” (Éx 3,11). “No me creerán ni me escucharán” (Éx 4,1). “Pero, Señor, yo no soy un hombre de palabra fácil” (Éx 4,10).
* Jeremías responde a la llamada de Dios con palabras muy parecidas: “Ah, Señor, mira que no se hablar, pues soy como un niño” (Jer 1,7).
* Algo muy parecido responde Gedeón: ”¿Cómo salvaré yo a Israel? Mi familia es la más insignificante de Manases y yo soy el último de la familia de mi padre” (Jue 6,15).
Cuando empezamos a percibir la llamada de Dios nuestro corazón se convierte en un campo de batalla: nos entusiasmamos con el proyecto de Dios, pero también descubrimos lo que implica ponernos a su servicio. Surgen, entonces las objeciones. Generalmente estas objeciones tienen un buen fundamento, porque nadie es capaz de responder a lo que Dios nos pide cuando nos llama.
A veces las objeciones se traducen en una negación. Hay un relato en los evangelios que recoge la respuesta negativa. Un hombre (Mt: joven) rico se acerca a Jesús buscando sinceramente la voluntad de Dios, pero cuando Él le pide que deje todo y le siga, su rostro se entristece y da media vuelta “porque poseía muchos bienes” (Mc 10,22). Es un relato que ha hecho pensar a muchos a lo largo de la historia. Recoge la experiencia de los que le han dicho que no al Señor.
Pero en otros casos, esta lucha interior que desencadena la llamada de Dios lleva a los que son llamados a experimentar la seducción de Dios. Jeremías es el mejor testigo de esta experiencia. En sus “Confesiones”, describe esta lucha interior, y acaba reconociendo que en ella ha experimentado la seducción de Dios: “Tú me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir. Me has violentado y me has podido”. Fue la suya una experiencia dramática, que de alguna forma se da en casi todas las experiencias de vocación, aunque no siempre al comienzo de la llamada.
7 Cuando Dios llama, nunca se desentiende de la misión, ni de aquellos a quienes se la ha encomendado.
Los relatos de vocación siempre concluyen con la promesa de una presencia constante, o con una señal que confirma esta presencia y la ayuda eficaz de Dios para llevar a cabo el encargo recibido:
* Dios le promete su asistencia a Moisés para que no vacile ante el faraón, le concede la potestad para hacer prodigios en su presencia, y por si esto fuera poco le dice “yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que has de decir” (Éx 4,12).
* Cuando Jesús envía a sus discípulos para que hagan discípulos de entre todos los pueblos, les asegura: “Y sabed que yo estoy con vosotros hasta el final de este mundo” (Mt 28,20).
* San Pablo tenía una certeza muy profunda de que Dios actuaba en él a pesar de su debilidad, y por eso llega a decir: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).
Se trata de una presencia constante y eficaz, que sostiene y fortalece al que ha sido llamado en medio de las dificultades y las contradicciones con las que se encuentra. Quien escucha la llamada de Dios, recibe junto con ella esta promesa que se fundamenta en la fidelidad de Dios.
Es en esta presencia continuada y en esta asistencia que sostiene y fortalece donde madura la vocación. Al experimentar en concreto la propia debilidad y la fuerza de Dios que actúa en ella, el que ha sido llamado llega a la certeza de que es Él quien le capacita para el estilo de vida y para la misión a la que ha sido llamado.
Estos rasgos de la vivencia vocacional aparecen también en la experiencia de Jesús. Tal vez resulte un poco extraño oír hablar de la “vocación de Jesús”. Incluso alguien podría preguntarse “¿Cómo es posible que Jesús tuviera vocación, si era Dios?” Pero no debemos olvidar que Jesús era también hombre, y que como hombre fue descubriendo poco a poco, como nosotros, qué es lo que el Padre quería de él.
La experiencia vocacional de Jesús nos está en gran medida velada. Los textos que hablan de ella fueron profundamente reelaborados por sus discípulos en las dos generaciones siguientes a su muerte. A pesar de ello, es posible recuperar algo de aquella experiencia. Esta se encuentra reflejada, sobre todo, al comienzo de su misión (bautismo y tentaciones), pero también los encontramos dispersos en diversos lugares del evangelio. Voy a enumerarlos brevemente, consciente de que algunas de las afirmaciones que voy a hacer necesitarían una justificación más detallada.
* Jesús entendió su vocación en el marco del proyecto de Dios sobre su pueblo. Este proyecto fue, para Él, la llegada inminente del reinado de Dios. El reinado de Dios era una oferta de gracia para Israel y para todos los pueblos.
* Jesús vivió su proceso vocacional desde su experiencia de encuentro con Dios. Los evangelios muestran que buscó su camino en el círculo de los discípulos de Juan el Bautista, e incluso llegan a decir que fue uno de ellos (Jn 1,30; Mc 1,7: “el que viene detrás de mí”). También hablan repetidas veces de su experiencia de oración. Fue en este encuentro con el Padre donde descubrió que su camino era diferente al de Juan.
* Jesús se sintió llamado por su nombre, como revela su íntima relación con Dios, a quien consideraba su abbá. En el relato del bautismo y en el de la transfiguración se siente llamado hijo.
* En el bautismo aparece también la transformación que produjo en él la experiencia vocacional. Esta transformación no es un cambio en el ser, sino en la conciencia. Jesús tiene conciencia de poseer el Espíritu, y de haber sido ungido por él.
* La llamada que Jesús experimenta está orientada hacia una misión. Esta misión nace de una contemplación dolorida de la situación de su pueblo (Mt 9,36-37), y consiste en llevar la salud a los enfermos, la liberación a los oprimidos, y la buena noticia a los pobres (Lc 4,18-21). En el fondo es una lucha contra Satanás, y por eso los exorcismos de Jesús tienen tanta importancia en los evangelios y en su experiencia vocacional (Lc 10,18).
* Jesús también experimentó la tentación de seguir caminos más fáciles. No es casualidad que el relato de las tentaciones siga al del bautismo. Lo que se pone a prueba en las tentaciones es la condición de Jesús como hijo obediente a la voluntad del Padre.
* Finalmente, Jesús experimentó a lo largo de toda su vida la asistencia del Padre, y en ella fue madurando su vocación. Basta con recordar la oración en el huerto de Getsemaní, al final de su vida. A Jesús le cuesta asumir el proyecto de Dios, pero es aquí donde su vocación de hijo se manifiesta con toda su fuerza.
En la Biblia tenemos un espejo en el que podemos ver reflejada nuestra experiencia vocacional. Y esta experiencia no sólo la encontramos en los personajes del Antiguo y del Nuevo Testamento, sino en el mismo Jesús. Jesús vivió un proceso de búsqueda y de descubrimiento, y entendió su vida y su misión desde su condición de hijo obediente, que busca en todo momento cumplir la voluntad del Padre. Esta experiencia vocacional es clave para entender el misterio de su vida y de su muerte. Del mismo modo, podemos decir que la experiencia vocacional es clave para entender nuestra propia vida como discípulos suyos.
Lee los siguientes relatos de vocación
Abraham: Gén 12,1-5; 15,1-21
Gedeón: Jue 6,1-6. 11-24
Samuel: 1Sam 3,1-20
Isaías: Is 6,1-13
Jeremías: Jer 1,4-19
Ezequiel: Ex 1-3
Amós: Am 7,10-17
Eliseo: 1Re 19,19-21
Judit: Jud 8-9
Pablo: Gál 1,12-17; 2,20
Primeros discípulos: Mc 1,16-20; Jn 1,35-51
Los Doce: Mc 3,13-19
El hombre rico: Mc 10,17-29
María: Lc 1,26-38
Quieren seguirle: Lc 9,57-62
Pablo (según Hch): Hch 9,1-30
Helenistas: Hch 6,1-7
Vuelve a leer despacio aquellos (dos o tres) que más te hayan interpelado tratando de ver cómo se describe en ellos la experiencia vocacional.
¿Cómo iluminan estos relatos tu propia experiencia vocacional?
¿Cuáles son los rasgos con los que más te identificas?
¿Cuáles son los que están menos presentes en tu experiencia?
Santiago Guijarro es Operario diocesano. Profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Pontificia de Salamanca y Director Espiritual del Colegio Santiago, dependiente de la misma Universidad en Salamanca.
- Para liberarlo (Moisés, Gedeón)
- Para hacer que vuelva a su proyecto (Samuel, profetas)
- Para anunciar y hacer presente el reinado de Dios (discípulos de Jesús)
Sin misión no hay vocación. Por eso, la sensibilidad para descubrir el proyecto de Dios y las necesidades de los hombres y mujeres que nos rodean son los elementos más determinantes a la hora de discernir una vocación.
6 La llamada de Dios despierta el deseo de responder a ella. Pero al mismo tiempo provoca tenaces resistencias en quienes la reciben.
Parece una contradicción, pero esto es exactamente lo que sucede. Por un lado los que son llamados sienten grandes deseos de ponerse al servicio del plan de Dios. Pero por otro descubren dentro de sí enormes resistencias que se traducen en objeciones:
* La vocación de Moisés contiene un buen número de ellas: “¿quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los israelitas?” (Éx 3,11). “No me creerán ni me escucharán” (Éx 4,1). “Pero, Señor, yo no soy un hombre de palabra fácil” (Éx 4,10).
* Jeremías responde a la llamada de Dios con palabras muy parecidas: “Ah, Señor, mira que no se hablar, pues soy como un niño” (Jer 1,7).
* Algo muy parecido responde Gedeón: ”¿Cómo salvaré yo a Israel? Mi familia es la más insignificante de Manases y yo soy el último de la familia de mi padre” (Jue 6,15).
Cuando empezamos a percibir la llamada de Dios nuestro corazón se convierte en un campo de batalla: nos entusiasmamos con el proyecto de Dios, pero también descubrimos lo que implica ponernos a su servicio. Surgen, entonces las objeciones. Generalmente estas objeciones tienen un buen fundamento, porque nadie es capaz de responder a lo que Dios nos pide cuando nos llama.
A veces las objeciones se traducen en una negación. Hay un relato en los evangelios que recoge la respuesta negativa. Un hombre (Mt: joven) rico se acerca a Jesús buscando sinceramente la voluntad de Dios, pero cuando Él le pide que deje todo y le siga, su rostro se entristece y da media vuelta “porque poseía muchos bienes” (Mc 10,22). Es un relato que ha hecho pensar a muchos a lo largo de la historia. Recoge la experiencia de los que le han dicho que no al Señor.
Pero en otros casos, esta lucha interior que desencadena la llamada de Dios lleva a los que son llamados a experimentar la seducción de Dios. Jeremías es el mejor testigo de esta experiencia. En sus “Confesiones”, describe esta lucha interior, y acaba reconociendo que en ella ha experimentado la seducción de Dios: “Tú me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir. Me has violentado y me has podido”. Fue la suya una experiencia dramática, que de alguna forma se da en casi todas las experiencias de vocación, aunque no siempre al comienzo de la llamada.
7 Cuando Dios llama, nunca se desentiende de la misión, ni de aquellos a quienes se la ha encomendado.
Los relatos de vocación siempre concluyen con la promesa de una presencia constante, o con una señal que confirma esta presencia y la ayuda eficaz de Dios para llevar a cabo el encargo recibido:
* Dios le promete su asistencia a Moisés para que no vacile ante el faraón, le concede la potestad para hacer prodigios en su presencia, y por si esto fuera poco le dice “yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que has de decir” (Éx 4,12).
* Cuando Jesús envía a sus discípulos para que hagan discípulos de entre todos los pueblos, les asegura: “Y sabed que yo estoy con vosotros hasta el final de este mundo” (Mt 28,20).
* San Pablo tenía una certeza muy profunda de que Dios actuaba en él a pesar de su debilidad, y por eso llega a decir: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).
Se trata de una presencia constante y eficaz, que sostiene y fortalece al que ha sido llamado en medio de las dificultades y las contradicciones con las que se encuentra. Quien escucha la llamada de Dios, recibe junto con ella esta promesa que se fundamenta en la fidelidad de Dios.
Es en esta presencia continuada y en esta asistencia que sostiene y fortalece donde madura la vocación. Al experimentar en concreto la propia debilidad y la fuerza de Dios que actúa en ella, el que ha sido llamado llega a la certeza de que es Él quien le capacita para el estilo de vida y para la misión a la que ha sido llamado.
Anota aquí cuáles de estos rasgos
caracterizan mejor tu experiencia vocacional
LA EXPERIENCIA VOCACIONAL DE JESÚS
Estos rasgos de la vivencia vocacional aparecen también en la experiencia de Jesús. Tal vez resulte un poco extraño oír hablar de la “vocación de Jesús”. Incluso alguien podría preguntarse “¿Cómo es posible que Jesús tuviera vocación, si era Dios?” Pero no debemos olvidar que Jesús era también hombre, y que como hombre fue descubriendo poco a poco, como nosotros, qué es lo que el Padre quería de él.
La experiencia vocacional de Jesús nos está en gran medida velada. Los textos que hablan de ella fueron profundamente reelaborados por sus discípulos en las dos generaciones siguientes a su muerte. A pesar de ello, es posible recuperar algo de aquella experiencia. Esta se encuentra reflejada, sobre todo, al comienzo de su misión (bautismo y tentaciones), pero también los encontramos dispersos en diversos lugares del evangelio. Voy a enumerarlos brevemente, consciente de que algunas de las afirmaciones que voy a hacer necesitarían una justificación más detallada.
* Jesús entendió su vocación en el marco del proyecto de Dios sobre su pueblo. Este proyecto fue, para Él, la llegada inminente del reinado de Dios. El reinado de Dios era una oferta de gracia para Israel y para todos los pueblos.
* Jesús vivió su proceso vocacional desde su experiencia de encuentro con Dios. Los evangelios muestran que buscó su camino en el círculo de los discípulos de Juan el Bautista, e incluso llegan a decir que fue uno de ellos (Jn 1,30; Mc 1,7: “el que viene detrás de mí”). También hablan repetidas veces de su experiencia de oración. Fue en este encuentro con el Padre donde descubrió que su camino era diferente al de Juan.
* Jesús se sintió llamado por su nombre, como revela su íntima relación con Dios, a quien consideraba su abbá. En el relato del bautismo y en el de la transfiguración se siente llamado hijo.
* En el bautismo aparece también la transformación que produjo en él la experiencia vocacional. Esta transformación no es un cambio en el ser, sino en la conciencia. Jesús tiene conciencia de poseer el Espíritu, y de haber sido ungido por él.
* La llamada que Jesús experimenta está orientada hacia una misión. Esta misión nace de una contemplación dolorida de la situación de su pueblo (Mt 9,36-37), y consiste en llevar la salud a los enfermos, la liberación a los oprimidos, y la buena noticia a los pobres (Lc 4,18-21). En el fondo es una lucha contra Satanás, y por eso los exorcismos de Jesús tienen tanta importancia en los evangelios y en su experiencia vocacional (Lc 10,18).
* Jesús también experimentó la tentación de seguir caminos más fáciles. No es casualidad que el relato de las tentaciones siga al del bautismo. Lo que se pone a prueba en las tentaciones es la condición de Jesús como hijo obediente a la voluntad del Padre.
* Finalmente, Jesús experimentó a lo largo de toda su vida la asistencia del Padre, y en ella fue madurando su vocación. Basta con recordar la oración en el huerto de Getsemaní, al final de su vida. A Jesús le cuesta asumir el proyecto de Dios, pero es aquí donde su vocación de hijo se manifiesta con toda su fuerza.
En la Biblia tenemos un espejo en el que podemos ver reflejada nuestra experiencia vocacional. Y esta experiencia no sólo la encontramos en los personajes del Antiguo y del Nuevo Testamento, sino en el mismo Jesús. Jesús vivió un proceso de búsqueda y de descubrimiento, y entendió su vida y su misión desde su condición de hijo obediente, que busca en todo momento cumplir la voluntad del Padre. Esta experiencia vocacional es clave para entender el misterio de su vida y de su muerte. Del mismo modo, podemos decir que la experiencia vocacional es clave para entender nuestra propia vida como discípulos suyos.
PARA SEGUIR MEDITANDO SOBRE
LA EXPERIENCIA VOCACIONAL EN LA BIBLIA
Lee los siguientes relatos de vocación
Abraham: Gén 12,1-5; 15,1-21
Gedeón: Jue 6,1-6. 11-24
Samuel: 1Sam 3,1-20
Isaías: Is 6,1-13
Jeremías: Jer 1,4-19
Ezequiel: Ex 1-3
Amós: Am 7,10-17
Eliseo: 1Re 19,19-21
Judit: Jud 8-9
Pablo: Gál 1,12-17; 2,20
Primeros discípulos: Mc 1,16-20; Jn 1,35-51
Los Doce: Mc 3,13-19
El hombre rico: Mc 10,17-29
María: Lc 1,26-38
Quieren seguirle: Lc 9,57-62
Pablo (según Hch): Hch 9,1-30
Helenistas: Hch 6,1-7
Vuelve a leer despacio aquellos (dos o tres) que más te hayan interpelado tratando de ver cómo se describe en ellos la experiencia vocacional.
¿Cómo iluminan estos relatos tu propia experiencia vocacional?
¿Cuáles son los rasgos con los que más te identificas?
¿Cuáles son los que están menos presentes en tu experiencia?
Santiago Guijarro es Operario diocesano. Profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Pontificia de Salamanca y Director Espiritual del Colegio Santiago, dependiente de la misma Universidad en Salamanca.