La Vocación de la Virgen María




La historia de la salvación, a pesar de las repetidas caídas y sucesivas claudicaciones de la humanidad desde el pecado de Adán, muestra siempre la intervención amorosa de Dios que, en su infinita misericordia brinda, al hombre, el perdón y la gracia divina.
            La vocación (sustantivo del verbo latinovocare, expresado en hebreo por qara' y en griego por kaleo, = llamar) es la llamada de Dios, la elección por parte de Dios, que en su amor eterno se hace presente al hombre y lo llama para investirlo de una misión. La vocación cristiana en el bautismo es una invitación de Dios a la esfera de lo divino, a ser "criatura nueva" (2Cor 5,17), "partícipes de la naturaleza divina" (2Pe 1,4). Representa la manifestación explícita de la relación de elección que el misterio de amor eterno de Dios y de salvación establece con Israel y con diferentes personajes de la historia bíblica: "Cuando Israel era niño, yo lo amaba y de Egipto llamé a mi hijo. Yo los he llamado (Os 11,1ss). Vosotros sois hijos para Yahvé…Yahvé te ha elegido Dt 14,1-2) Y a la llamada de Yahvé, Moisés responde: "Heme aquí" (Ex 3,4); y María contesta: He aquí la esclava del Señor" (Lc 1, 29).
            Es esta una cuestión que ha caído hoy en desuso y en un cierto olvido, pero se impone fácilmente por su firme vitalidad y hasta por su extrema necesidad; basta reflexionar sobre la escasa importancia reservada en la actual sociedad civil a la llamada que viene de Dios y a las exigencias del espíritu en general, mientras que nos proclamamos comprometidos en favor de la promoción y el crecimiento de la dignidad humana. Solicitado por la vocación divina y asociado al proyecto salvífico con el encargo de una misión especial, el hombre estará mejor equipado para llevar a cabo sus cometidos, que no pueden confinarse dentro de la sola dimensión terrena y provisional del hombre, sino que abrazan necesariamente también su realidad y sus exigencias sobrehumanas y eternas, a las que es constantemente llamado por el amor de Dios, manifestado en la plenitud de los tiempos en Cristo Jesús y en el don del Espíritu.
            La vocación interpela al hombre en su totalidad y hasta en su intimidad, poniendo de manifiesto sus dotes de generosidad y aceptación del don divino o descubriendo, por el contrario, las opuestas facultades de egoísmo y rechazo. Esencial por su misma definición y primordial por la realidad expresada con la elección, ese don señala silenciosamente las etapas de la revelación divina y del camino del hombre, tanto del que la acepta generoso como del que la rechaza egoísta. Israel, el pueblo de prominentes personajes en relación con la alianza del AT; Cristo, la Iglesia su cuerpo místico con sus miembros en sus diferentes funciones en el NT, dos entidades que, en definitiva, no forman más que una sola, indican en concreto el alcance excepcional de esta misteriosa iniciativa de Dios respecto a lo creado, desde aquella primera vocación divina que llamó a la existencia al universo entero (Gén 1-2) hasta la que, al final del Apocalipsis, proclama "dichoso al que guarde las palabras proféticas de este libro" (Ap 22,7), y a la de Jesús, que en el epílogo mismo del Ap se dirige "a todo el que escuche las palabras de la profecía de este libro”, y al que “haga añadiduras a esto” (Ap 22,18s) de algún modo, considerando los diferentes resultados.
            En el acto vocacional, Dios incide en la conciencia más recóndita del hombre, a lo más íntimo de su corazón, produciendo un cambio en su existencia y transformándolo en un ser nuevo. Normalmente le señala una misión que constituye una constante precisa; y, al mismo tiempo, constante también es la aceptación, no exenta de dificultades, del contenido por parte del interpelado acorde con la programación divina.
            La vocación cristiana es el dato fundamental de S. Pablo en su primera carta a los Corintios: “santificados en Cristo Jesús, por vocación santos,...”  (1Cor 1,2). La santidad, pues, es la meta a la que está convocado el creyente.


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