Bienaventurados y felices…
Bienaventurados los consagrados que saben bien de Quién se han fiado y buscan apasionadamente a Dios sin tregua.
Bienaventurados los consagrados que buscando a Dios de corazón se han encontrado necesariamente con los pobres y se han dejado evangelizar por ellos.
Bienaventurados los consagrados que en un mundo dividido y crispado apuestan firmemente por la fraternidad y hacen del reino de Dios su preocupación primera como lo era la de Jesús.
Bienaventurados los consagrados que no renuncian a su libertad y mantienen en lato su dignidad sin dejarse condicionar por nada ni por nadie que no sea la voluntad de Dios en sus vidas o el sufrimiento de los más pequeños.
Bienaventurados los consagrados que se convierten en testigos y quieren cada día mas dejar de ser maestros para ser discípulos siempre dispuestos a aprender de Jesús y a seguirle más de cerca.
Bienaventurados los consagrados que cultivan una espiritualidad encarnada y comprometida y no dan rodeos para llegar pronto al templo.
Bienaventurados los consagrados que han hecho de la comunión una autentica tarea y no desmayan tendiendo puentes y trazando caminos.
Bienaventurados los consagrados que no insisten en el “estado de perfección” y en la “fuga mundi” sino que han decidido construir en la vida, en la calle y entre la gente su mejor santuario, porque tienen vocación samaritana.
Bienaventurados los consagrados que se saben convocados al presente, a este día que tiene su propio afán y no viven empeñados en mirar al pasado y en descalificar permanentemente la modernidad.
Bienaventurados los consagrados que quieren participar gozosamente en el concierto divino que anuncia la justicia para todos, la paz y la integridad de la creación.
Bienaventurados los consagrados que quieren hacer de su opción vital un camino de austeridad y sencillez para denunciar el consumismo enfermizo que nos despoja de nuestra condición de personas y la vergonzosa desigualdad que exhibe este pequeño planeta llamado tierra.
Bienaventurados los consagrados que hacen de sus carismas una mano tendida en nombre de Dios a la humanidad y saben decir sí y no, desde un discernimiento compartido.
Bienaventurados los laicos que caminan con nosotros, unidos a nosotros y comparten con el mismo empeño este sueño de fraternidad.
Porque ellos verán a Dios.
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